Miedo

Diario en carne viva de una vida a ras de suelo.

El puerto es un extraño ser que respira silencioso y deja escapar de sus entrañas todo tipo de seres inquietantes. Perro lo sabía y lo temía. Le gustaba deambular cerca del puerto buscando algo de comida, seguir el rastro difuso de la cena de algún pescador, dejarse acariciar por algún otro olvidado como él, empaparse de agua salada para sacudirse después con todas sus fuerzas. Sin nunca bajar la guardia.
Le llamaban simplemente Perro. Cabían pocas más explicaciones. Perro. Con eso bastaba y sobraba. Hay a quien le puede sonar incluso despectivo. Perro cristiano, perro pulgoso, perra vida... Y probablemente era despectivo, pero a Perro le gustaba. Le revestía de un halo silvestre que lo enorgullecía. Vale, era pequeño y largo, con las patas tronchas y las orejas demasiado grandes incluso para un perro; por si fuera poco no lograba marcar su territorio, pero aún le quedaban instintos salvajes. Era un predador. Bajito y feo pero un predador.