miércoles, 18 de octubre de 2006

Ciudad

Perro se alejó del puerto. La humedad que pringaba el viento de Levante terminaba por ponerle nervioso. Buscó el refugio de las sombras de la noche y trotó con su habitual paso lobuno hacia el centro de la ciudad. A Perro le desasosegaban las grandes avenidas azotadas por el viento, sin hueco para el escondite. Las ciudades humanas comenzaron a desvanacerse con la llegada del urbanismo de cuadrícula y rotondas, pensó Perro, que tenía sus propias opiniones urbanísticas. Grandes avenidas desamparadas de sí mismas, sin aleros que protejan de la lluvia ni recovecos que entretengan la vida; sin corazón ni arterias, sin rincones oscuros ni vueltas a la esquina. Sin misterio. Sin vida.

Perro se alejó del puerto apretando el paso. En el fondo le daba más miedo un horizonte libre de misterios ni dudas que todos los rincones oscuros de la parte vieja.