sábado, 7 de octubre de 2006

Instinto

Le llamaban simplemente Perro. Cabían pocas más explicaciones. Perro. Con eso bastaba y sobraba. Hay a quien le puede sonar incluso despectivo. Perro cristiano, perro pulgoso, perra vida... Y probablemente era despectivo, pero a Perro le gustaba. Le revestía de un halo silvestre que lo enorgullecía. Vale, era pequeño y largo, con las patas tronchas y las orejas demasiado grandes incluso para un perro; por si fuera poco no lograba marcar su territorio, pero aún le quedaban instintos salvajes. Era un predador. Bajito y feo pero un predador.

A lo lejos se acercaba un yorkshire, diminuamente aristocrático y perfumado. Perro tensó el rabo y dejó asomar colmillo. Un gruñido sordo resbaló garganta abajo. Triqui, triqui, triqui... El yorkshire caminaba con brinquitos insolentes tensando la correa, tensando también el orgullo de Perro. Olía a pachuli y a comida deluxe de lata. Un hilillo agrio recorrió la lengua de Perro que, como un relámpago sucio, lanzó una dentellada silenciosa al cuello del yorkshire que emitió un gritito de pánico y sorpresa. Perro hubiese disfrutado abriendo en canal a aquel niño mimado pero no era necesario. Su autoestima perruna estaba saciada. No hay mordisco que por bien no venga.