sábado, 7 de octubre de 2006

Me llamo Perro

Perro levantó la pata trasera izquierda y apretó el culo. Ni una gota. Si alguien se daba cuenta estaba perdido. No era ni mucho menos la primera vez. Ya casi no quedaban rastros de su dominio en su pequeño territorio ajardinado y en el barrio eran ya sólo un recuerdo del pasado. Su mundo languidecía en silencio y su vejiga se negaba tozuda a ejercer su naturaleza de registro inmobiliario inapelable. Estaba condenado a la verguenza. Al exilio.

Bajó la pata temblona y se alejó del seto a paso ligero, moviendo el rabo con desgana. Si Perro supiera lo que es la angustia entendería esa cuchilla que se desliza por su pecho.