lunes, 23 de abril de 2007

Bilbao


- Y si nos lo llevamos a casa
- ¿A Bilbao? Pero...
- Nada de peros, allí estará como un rey
- Un rey pulgoso
- Se lo debemos
- Joder, no te pongas así, no le debo nada. Fue un accidente. ¿Que eres sioux o algo así y le debes la vida de por vida?
- Me lo llevo. No se hable más. Y me lo llevo yo. Ya veremos qué hago contigo.
- Pero...

Bilbao. A Perro aquella palabra le sonó como cuando los borrachos del puerto arrojan al agua las botellas de vino vacías. Bil, bil, bil, bil....bao, hacen al llenarse antes de hundirse. Bilbao. Pero aquella palabra traía consigo extraños recuerdos deshilachados. Algo le decía que un día, borrado ya en la memoria de Perro más pendiente de sobrevivir que de recordar, aquella palabra, Bilbao, fue algo más que su casa. Bilbao, pensaba, y desfilaban entre sueños enormes seres zancudos de hierro, olor a óxido, callejuelas pintarrajeadas y un ir y venir de gente noble y ruidosa. Bilbao, pensó, y se durmió soñando que caminaba entre miles de piernas y ninguna lo pisaba.

domingo, 22 de abril de 2007

Blanco


Cuando los rios de dolor fueron retirándose Perro recobró la curiosidad. Dejó de gruñir y levantó la mirada después de diez días postrado de lado como sólo saben hacerlo los perros, con las patas estiradas, como tumbado de puntillas sobre un plano imaginario.

Estaba debil, olvidado de sí mismo, pero había recobrado dos virtudes básicas para su supervivencia y la de cualquiera: el apetito y la curiosidad. El primero se saciaba cinco veces al día. Una mujer de rasgos angulosos y aroma dulce le obligaba a comer y a levantarse dolorido para necesidades inevitables. Lo segundo, la curiosidad, se retorcía soñando con volar, atrapada en un mundo blanco. Blanco, todo blanco excepto Perro.

Perro tardó varios días en acostumbrarse a aquel entorno cegador, carente de sombras, inmaculado y adormilante. El blanco es un color inventado, fraudulento e innoble. Una falsedad con algún secreto objetivo, pensó Perro en un destelló de filósofo rabioso o de rabia filosófica, que no es lo mismo. El color blanco no debería existir, es una aberración, una odiosa manera de malgastar los colores de la vida sustituyéndolos por nada. Nada. Blanco.

Una tarde, cuando la luz del atardecer doraba la habitación como una dulce tregua en la antesala de la noche grisácea, la mujer que olía a hierba recién segada entró en la habitación con un ramo de rosas rojas y una gruesa manta de cuadros escoceses.
-Qué mal educada soy, hay que ver, casi una semana visitando a un enfermo y, aunque seas un perro, no te había traído aún unas tristes flores para alegrarte la convalecencia.
A Perro se le escapó un gemido tonto cuando la mujer le arropó y le rascó cariñosamente las orejas. Cuando la mujer salió de la habitación las flores tomaron su puesto en el trono iluminando la estancia. Perro no tenía frío pero se acurrucó bajo la manta y dejó que los ojos se le enredaran en el ramo de rosas. Antes de que cayera el sol Perro estaba dormido y sin saberlo empezaba a caminar.

A veces basta con unas flores, una manta y una caricia.

sábado, 21 de abril de 2007

La voz dulce

Un dolor desconocido, como lava en riada, recorría su espalda. Perro alcanzó a gemir incapaz de entender siquiera por qué. Cada jadeo suponía un bronco dilema: respirar para recuperar el aliento, o morir de dolor en cada bocanada de aire. Estiró el cuello pero el peso del dolor le traspasó hundiéndolo en un vertiginoso sopor que le llenó de pánico.

- Está muerto, joder, lo hemos matado
- ¿Hemos? Si no fueses al volante como si te llevara el diablo... Pobrecito, míralo. Empapado, esmirriado, y ahora por tu puta culpa medio muerto.
- Venga, anda, no me lo hagas más difícil.
- Cógelo.
- ¿Qué?
- Que lo cojas y nos lo llevamos a una clínica veterinaria, es lo menos que podemos hacer.
- Pero si está muerto.
- Nadie está muerto hasta que se demuestra lo contrario. Vamos chiquitín, alegra esos ojillos negros. Vamos a curarte. Aunque te va a doler.

Perro creyó oir una voz dulce acariciándolo la cabeza y algo parecido a una lágrima de tranquilidad le llenó el pecho mientras un dolor como cucharadas al rojo vivo laceraba su cuerpo inmovil.

miércoles, 18 de abril de 2007

Atolladero

Cuando comprendió lo que iba a suceder era ya demasiado tarde. El coche le golpeó en los cuartos traseros y Perro voló a ras de asfalto ahogando un gemido lastimero. Un corto vuelo rasante durante el que tuvo tiempo de entender que le iba a doler mucho más de lo que podía imaginar. No se equivocaba. Una quemazón lacerante le envolvía las patas traseras y no alcanzaba a gemir, dudando entre aullar de dolor o de pena. Tendido sobre el asfalto mojado se abandonó a su ruina, decidido a morir en el atolladero.