Bilbao
- Y si nos lo llevamos a casa
- ¿A Bilbao? Pero...
- Nada de peros, allí estará como un rey
- Un rey pulgoso
- Se lo debemos
- Joder, no te pongas así, no le debo nada. Fue un accidente. ¿Que eres sioux o algo así y le debes la vida de por vida?
- Me lo llevo. No se hable más. Y me lo llevo yo. Ya veremos qué hago contigo.
- Pero...
Bilbao. A Perro aquella palabra le sonó como cuando los borrachos del puerto arrojan al agua las botellas de vino vacías. Bil, bil, bil, bil....bao, hacen al llenarse antes de hundirse. Bilbao. Pero aquella palabra traía consigo extraños recuerdos deshilachados. Algo le decía que un día, borrado ya en la memoria de Perro más pendiente de sobrevivir que de recordar, aquella palabra, Bilbao, fue algo más que su casa. Bilbao, pensaba, y desfilaban entre sueños enormes seres zancudos de hierro, olor a óxido, callejuelas pintarrajeadas y un ir y venir de gente noble y ruidosa. Bilbao, pensó, y se durmió soñando que caminaba entre miles de piernas y ninguna lo pisaba.