miércoles, 27 de junio de 2007

El lugar de los hechos


Aún faltaba mucho para el amanecer. Perro se detuvo en medio de la calzada, ignorando el vértigo a ser atropellado por un conductor insomne. Aquel era el lugar. Allí la muerte lo había pasado por encima dejándolo malherido pero milagrosamente entero. Unos milímetros más allá y el desenlace habría sido fatal, oyó que decían los médicos. Allí, por tanto, había vuelto a la vida al ser consciente de su existencia. Algo, creía, vedado a los chuchos.

Un lejano chispazo de dolor, un cortocircuito de la memoria, le recorrió la espina dorsal despertando sensaciones aparentemente divergentes. Un miedo sordo y un extraño escalofrío de placer convivían en su estómago. Quizá, rumió Perro, tenía un anómino problema crónico alojado en aquellos huesos que estuvieron a punto de quebrarse para siempre. Un tumor secreto que terminó por evaporarse y desaparecer por obra y gracia de la (santa madre) casualidad.

Quizá no hay tanto misterio, propuso alguien desdo lo más profundo de Perro, y sólo necesitaba descansar entre algodones, engordar y recobrar fuerzas para poder equivocarse de nuevo por su cuenta y riesgo. Al fin y al cabo de eso se trata.