sábado, 21 de abril de 2007

La voz dulce

Un dolor desconocido, como lava en riada, recorría su espalda. Perro alcanzó a gemir incapaz de entender siquiera por qué. Cada jadeo suponía un bronco dilema: respirar para recuperar el aliento, o morir de dolor en cada bocanada de aire. Estiró el cuello pero el peso del dolor le traspasó hundiéndolo en un vertiginoso sopor que le llenó de pánico.

- Está muerto, joder, lo hemos matado
- ¿Hemos? Si no fueses al volante como si te llevara el diablo... Pobrecito, míralo. Empapado, esmirriado, y ahora por tu puta culpa medio muerto.
- Venga, anda, no me lo hagas más difícil.
- Cógelo.
- ¿Qué?
- Que lo cojas y nos lo llevamos a una clínica veterinaria, es lo menos que podemos hacer.
- Pero si está muerto.
- Nadie está muerto hasta que se demuestra lo contrario. Vamos chiquitín, alegra esos ojillos negros. Vamos a curarte. Aunque te va a doler.

Perro creyó oir una voz dulce acariciándolo la cabeza y algo parecido a una lágrima de tranquilidad le llenó el pecho mientras un dolor como cucharadas al rojo vivo laceraba su cuerpo inmovil.