lunes, 25 de junio de 2007

La Perra se va a los puertos

El barco dio un respingo donde el Atlántico y el Mediterráneo se encuentran en un escalón invisible. Perro sujetó las tripas y aguantó el tirón. El mar se riza en el corazón del Estrecho, se lo había oído decir decenas de veces a los pocos pescadores que sobreviven. Pero las certezas siempre dejan un hueco al miedo y aquel barco se movía como un balancín al borde del infierno. La ciudad asomaba más allá de la bocana entre la neblina que trae consigo el Levante.
Cuando el ferry maniobraba para atracar Perro no pudo evitar un gemido al sentir el vacío que se abría a su espalda.
Al otro lado del abismo, dos mares de por medio, quedaba la que creía que era su casa.
A sus pies el Puerto, de nuevo su nueva casa. Otra vez el puerto.
Los maletones de quien debe cruzar un continente para volver a casa, el olor de la hierbabuena y la sal detenida del Mediterráneo. Salam'aleikhum oyó mientras se escabullía entre las piernas de un vendedor ambulante entre el tintineo de collares y súplicas repetidas hasta la saciedad; la avenida que esconde la bahía tras palmeras y tenderetes de cemento; el acantilado de naves industriales y casitas crecidas en las grietas del extrarradio hasta formar laberintos de colores pastel que contrastan agazapadas con los muros de ventanas de protección oficial...
Las afueras de su mundo. Al menos de momento, pensó Perro para engañar al vértigo que se le agarraba al estómago, nunca se sabe en que callejón se esconde el Paraíso.