sábado, 30 de junio de 2007

Maldita herencia



Lo había sufrido larga y dolorosamente su padre, un pastor vasco, gruñón y decidido pero al que aquel mal había perseguido durante media vida. Por lejos que vayas hay rasgos familiares que no te abandonan. Unos se lucen con orgullo, otros duelen como un grano en el culo. Y más en este caso, pues eso es lo que ahora le retorcía de dolor sus entreseres. Perro siempre temió esa sombra, ese grano traidor que asoma su punzante hocico cuando menos te lo esperas. Nada grave afortunadamente, pero tremendamente doloroso.
Perro caminaba con patas de madera por el puerto, encogido de dolor, el espinazo doblado, el rabo temblequeando. Joder, maldijo Perro para sus adentros, justo un año después, otra vez, el puto grano taladrándole el culo.
Trastabilando alcanzó su escondrijo y se arrastró bajo los cartones, resignado a sufrir un par de días ese dolor que le atraviesa el culo para clavarse en el cerebro.
Se pasa, se pasa, se pasa, venga, aguanta, esto se pasa, tarde o temprano se pasa... murmuró hasta quedarse dormido.